viernes, 4 de julio de 2008


RETRATOS DAROALIANOS III (La Revelación);

Fue en un verano de mi adolescencia cuando, para acompañar a la Infanta María Luisa a un retiro obligado a la ciudad de Cádiz, me encontré con el fascinante mundo de Amper. La estancia en la tacita de plata para la Infanta duró poco (huyó despavorida ante la inminencia de lo que estaba a punto de estallar), para mí, en cambio, duró todo ese verano y muchos otros más.

Sólo se trataba de pasar con mi hermana una temporada en casa de su padrino en Cádiz pues, a causa de una mala racha, la Reina Madre pensó que unos días en la playa le vendrían bien, y para que no fuera sola me envió a mi también (nunca sabría cuán acertada fue su decisión).

El padrino de mi hermana la Infanta María Luisa vivía con su hermano Agustín, al que ya conocía pues tanto ellos como su madre Doña Salud, persona de gran temperamento y personalidad, eran viejos amigos de mi familia. Por aquel entonces ya Doña Salud había fallecido y los dos hermanos (que siempre habían vivido en Sevilla) por motivos laborales vivían solos en Cádiz.
A los pocos días descubrí que aquella casa no era como todas. Bastó con un par de despertares a las siete de la mañana con marchas procesionales a todo volumen o con aquel plato de lentejas con un huevo frito flotando en medio, para darme cuenta de que allí había algo que cada vez me atraía más (a mi hermana le bastó para hacer la maleta y volverse para Sevilla). Y efectivamente, al poco tiempo me encontré con el alucinante mundo de las ciudades imaginarias. El padrino de mi hermana y su hermano tenían cada uno su ciudad imaginaria, Jamper y Amper, aunque era Agustín (Amper) el que había llevado la historia más lejos. El nombre de Amper surgió del conjunto de las iniciales del nombre y apellidos de Agustín Muñoz Pérez, así que yo decidí hacer lo mismo, David Romero Alonso: Daroal.
Cada tarde cuando subíamos de la playa nos poníamos con el mapa de las ciudades, Agustín con el jigantesco plano de Amper (que apenas cabía ya en la habitación), y yo con el de mi recién creada ciudad de Daroal. Su hermano José Antonio mientras, leía o veía la televisión. Y así, nos daban las tantas de la madrugada inaugurando calles, plazas y publicando bandos en contra o a favor de algo.
Luego vinieron los listados de cofradías, los itinerarios, los dibujos de devociones amperianas y daroalianas, etc, etc, etc.


La ciudad de Amper, los concursos cofrades en la playa (con catea incluida si no acertaba), la celebración de Santa María Magdalena el 22 de julio con grandes marchas procesionales desde que amanecía, los velones encendidos por la noche a la Inmaculada del salón, el azulejo de la Virgen de los Reyes que había junto al desaparecido Hotel Playa de la Victoria (que no nos cogía de camino pero por el que pasábamos a diario para ir a la playa), el amor a la Virgen del Dulce Nombre y a la del Socorro, las insólitas historias de su vecina Primi y de la Salvaora (una travesti que vivía en el bajo), las más disparatadas historias de las cofradías amperianas, la belleza de la ciudad de Cádiz... Todo lo aprendí de Agustín, de Agustín Carlos I Rey de Amper.

Nunca tendré palabras suficientes para agradecerle todo lo que me enseñó, y que fuera él quien hizo que despertara la ciudad que había dormida en mi interior.

Desde aquí le envío mi mas sincera gratitud y mi mas fuerte y cariñoso abrazo, sobre todo ahora que por circunstancias tanto le ha cambiado la vida, y ya no nos vemos tanto.

Gracias Agustín, sin ti Daroal nuca hubiera sido posible.


En la imagen una fotografía del Rey de Amper durante una visita oficial a la ciudad de Méjico, en la que aparece con el sobrero típico y su inseparable cámara de vídeo con la que lo grababa absolutamente todo (aún recuerdo cuando aseguraba que sus vídeos de Semana Santa eran mucho mejores que la película de Gutiérrez Aragón...)

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